Bitácora del viaje de Lecum, el becario, en Camerún
El día 16 de febrero, Alejandro Lecumberri «el becario», nos invitó al equipo de Sarriguren a un almuerzo para decirnos hasta luego. El adiós no lo admitimos. Se iba de viaje a Camerún, y después, cuando regrese de África tomará un avión con destino a Japón para terminar el actual curso en la Universidad de Tokio.
Le vimos partir con regisgnación, pero Lecum no puede dejar de estar presente así que vía Wasup cuenta a un grupo de personas su periplo en tierras africadas. Con su permiso, os compartimos esta hermosa bitácora de viaje que, a aquellos que nos sabemos no cínicos, nos recuerda al mejor periodista de África: el polaco Ryszard Kapuściński.
Disfruten del viaje.
8 de marzo de 2022. Yaounde. Camerún
Hoy se me ha hecho tarde y debo compensar lo de ayer así que seré breve. A las 5:30h, tras una noche sin percances en lo que a insectos se refiere, he quedado con Ismael para coger el primer bus de vuelta. A las 6:30h, cuando se ha llenado, ha salido. En el trayecto hemos cruzado el río más importante de Camerún. El puente que lo salvaba era de un kilómetro de largo. A las 11:30 hemos llegado a Yaounde. ¡Qué bien! Un viaje rápido. Total que no llegábamos, y no llegábamos a la estación. Nuestra llegada ha coincidido con el desfile del 8m y la ciudad estaba completamente colapsada. A las 14:30h llegábamos a destino. Tres horas. En un atasco. Mientras dentro del bus todos estaban tan tranquilos yo casi me arranco los pelos y he estado a punto de salir por la ventana en varias ocasiones. No lo he hecho porque ninguna moto estaba dispuesta a llevarme a casa por los 250 francos que me quedaban. Pero yo, preparado, estaba. Después de ducharme y comer he pasado la tarde con Miguel en el mercado tradicional. Nada más llegar a casa he cogido una moto para ir a casa de Félicite, despedirme de ella y darle un regalo de agradecimiento que había llevado desde Pamplona.
Luego he cenado y ahora estoy aquí, preparado para ducharme, quitarme el sudor de la tarde y dormir.
7 de marzo de 2022. Camerún
Ismael, ya amigo, ha venido a buscarme a eso de las 11 de la mañana. Hasta ese momento he leído, escrito y hablado con el gerente del hotel, con el que había tenido una interesante experiencia la noche anterior (véase Historia complementaria, al final del relato). Hoy, Ismael jugaba la final del campeonato de fútbol interescolar de la región. Tras desayunar unos beignets y un café que no sabía a café, me ha llevado a su Lycée y ahí he constatado, como había leído en Kapuscinski, que el tiempo por aquí se rige según otras reglas. El partido estaba programado para las 12:30. A las 14h todavía no había empezado y a nadie parecía importarle. Todos charlaban y reían y hacían lo que fuera que hiciesen sin preocuparse por el retraso. Por mi parte, al calor del mediodía, apoyado en una columna, me he quedado en un estado de letargo de lo más placentero.
Ismael era el capitán y me ha parecido un buen capitán. Sin saber de fútbol, le he visto fuerte y nexo de unión de su equipo y me he alegrado mucho por él. Como se ve en las fotos, un antes y después, ha trabajado duro. Han ganado 3-1. Como el partido ha empezado con retraso también ha terminado con retraso, y al parecer no íbamos a poder completar nuestro plan de ir a Bapi para despedirme de la familia de Junior.
A las 18h, a 30 minutos del atardecer, llegábamos a casa de Valerie, en Bafoussam. Ella pensaba que estábamos en Bapi y nos ha dicho que allí nos esperaban y que habían cocinado para nosotros. Hasta ese momento no me había dado cuenta de que habíamos fallado a personas que habían pensado en nosotros, y eso me ha dolido.
¿Podemos ir ahora?
Depende de ti. Volveremos de noche.
¿Vamos?
Vamos.
Una de las mejores decisiones que he tomado.
Así que, con el frío que viene por estas tierras al final del día, por los caminos de polvo y baches ya bien conocidos, a Bapi hemos ido. Las colinas, a la tenue luz del atardecer, se veían en tonos cada vez más suaves conforme más lejos se encontraban de nosotros. Llegábamos a Bapi casi de noche.
Junior jugaba al fútbol con otros chavales del pueblo en un descampado por el que pasábamos con la moto. Se ha visto muy, muy contento al vernos llegar. Realmente contento. Y yo, al verle, también. Una alegría sencilla y sincera. Nos hemos saludado con un abrazo, se ha montado en la moto y hemos ido a casa de la familia. Allí tampoco nos esperaban ya y el encuentro ha estado lleno de abrazos y abrazos y mucha alegría. No entiendo por qué tanta, pero ha sido un momento muy feliz, allí, casi a oscuras, dentro de la cabaña de barro. Nos han dado de cenar arroz con salsa de cacahuetes y pescado. Y antes de irme, me han preparado un gran saco con alubias y mandioca molida, para traerme a España. Lo menos 15 kg. Me ha dado mucha pena despedirme de aquella gente tan buena, quién sabe por cuánto tiempo.
Al salir, el cielo amenazaba tormenta. Empezaban a caer las primeras gotas. Era de noche. Vamos a correr, me ha dicho Ismael, para que no nos pille la lluvia. Y tanto que correr. Con gotones cayéndonos encima, pocos pero muy grandes, a toda pastilla por los caminos, con algún relámpago ocasional iluminando la tierra, frío y viento, hemos llegado a Bafoussam.
Hemos vuelto a casa de Valerie y ella, al ver el saco lleno de alimentos, ha decidido añadir al conjunto tres botellas llenas de maíz. En su casa hemos vuelto a cenar (un plato amargo llamado ndolé) y hemos estado un largo rato de tertulia, hasta pasadas las ocho, cuando nos hemos despedido de ella y de la familia en Bafoussam. Así concluye mi último día en el oeste.
Historia complementaria pero fundamental para relatar la experiencia completa:
El otro día, cuando el bus se estropeó y tuvimos que terminar el trayecto haciendo autoestop, me dijeron: bienvenido a África. ¡Qué guay, aventura! Bien. Ayer por la noche tuve otra bienvenida a África, esta vez algo más desagradable. Eran las 11:30 de la noche y estaba hablando por WhatsApp cuando noté un cosquilleo en el brazo. Unos segundos antes había tenido una sensación en el pie que debió ser el roce de la sábana o una simple alucinación. Así que, desde la velocidad astronómica del cerebro cuando procesa las cosas instintivamente, no le di importancia en el primer medio segundo de la sensación, que ahora recuerdo como un momento muy largo. Espera. La sensación es muy real. Al terminar la otra mitad que componía el segundo ya estaba incorporado de un salto iluminando con la pantalla del móvil algo que corría por mi cama, bajaba por la mesilla y caía al suelo. Negro, grande. Asqueroso.
Por mantener la historia breve digamos que, después de esa, vi otras tres cucarachas. Dos debajo de mi mochila y una en una colcha que había dejado en el suelo. Tras un cambio de habitación en la que se me prometió que no las habría (al momento de entrar ya apareció otra de debajo de la cama), yo escuchaba algo. El sonido era lo suficientemente tenue como para poder considerarlo fruto de mi mente atormentada por los recientes acontecimientos, pero yo lo escuchaba. Era el rozar de algo duro con otra superficie. Un «carrás carrás». Miraba en dirección al supuesto ruido sin éxito. Y entonces la vi: vi su ojo, asomaba la cabeza, sólo la cabeza, por la apertura superior de mi petate. Grité unos cuantos tacos y eso la asustó y se escondió en lo profundo de mi mochila. Sin pensarlo, la agarré de las asas y la tiré al pasillo, pero el bicho no salió. Le di la vuelta, vacié el contenido y allí que cayó y empezó a correr y yo la aplasté a pisotazos.
A todo esto, el hombre del hotel, que no tenía insecticidas de ningún tipo, tenía la teoría de que el azúcar ahuyentaba a las cucarachas. Convencido de la eficacia de su método, roció mi habitación con azúcar. Total que, según he leído, el azúcar las atrae y se utiliza en sus trampas combinado con algo tóxico para que, al comer la mezcla, mueran. Así que ahora tengo una habitación tremendamente atractiva para el bicho que trato de evitar. Suerte que hoy ha comprado insecticida. Ya he matado a dos cucarachas y una araña enorme
6 de marzo de 2022. Camerún.
A primera hora de la mañana, Ismael (de amarillo en las fotos), que me está ayudando y cuidando muchísimo, todo el día, me ha venido a buscar para ir a misa. Por fin he descubierto una misa de domingo africana, con música en una lengua de por aquí y colores muy vivos en los vestidos. Después, Valerie, madre de Junior, nos ha dado de almorzar un plato típico cuyo nombre no recuerdo, en su casa en Bafoussam.
Ismael y yo, hemos salido hacia Bamendjou a eso de las 11:30. Nuestro objetivo allí, de la mano de Marie, hermana de Félicité (que nos invitó el otro día a cenar), era conocer el pueblo y conocer a Jean Rameau Sokoudjou, padre de Junior, jefe de la tribu y rey tradicional, cuyo reinado ha sido el más longevo de la historia de Camerún: es rey desde 1953. Es el jefe número 16 de la tribu de Bamendjou, cuyos orígenes se remontan al año 1500.
No sabíamos si estaría en casa. De camino a la jefatura, mientras andábamos con la moto por los caminos de no tierra sino polvo, polvo muy fino que se levanta como una nube, nos hemos cruzado de frente con un gran coche blanco. ¿Qué pasa? ¿Por qué paramos? «Sa magesté», me susurra Marie, que es su nieta. Desde el principio me ha parecido un hombre bueno y profundo. Con sus 84 años parecía mucho más joven. Me ha apenado que, en lugar de sus ropajes tradicionales, llevara un chándal rojo. Me ha invitado a subir a su coche y, en el asiento del copiloto, me ha enseñado el pueblo.
Casualidad que hoy se celebraba un funeral en Bamendjou. A Jean Sokoudjou le ha parecido una gran oportunidad para mí para conocer las tradiciones de África así que allí me ha llevado. Había pieles de leopardo colgadas y la «sociedad secreta» de Bamendjou bailaba en círculos alrededor de la música de tambores y notas vocales.
Después nos ha llevado al museo del pueblo, situado en el palacio, un palacio de cañas de bambú, y allí hemos conocido su vida. Realmente interesante. Fue jefe con 14 años. Fue revolucionario durante el proceso de independencia. Estuvo encarcelado en varias cárceles de Camerún y volvió a pie, por las vías del tren, desde Yaoundé. Como cabeza de su religión, se reunió con el papa Pablo VI. A día de hoy tiene un importante papel político en el país, en ocasiones de oposición expresa al régimen.
Al volver a Bafoussam, he dado un paseo con Ismael por la ciudad. Se me ha hecho pesado. Estaba cansado, con dolor de cabeza y la ciudad es muy fea.
Me alegro de haber conocido algunas tradiciones y una África que todavía mantiene vivo su pasado.
5 de marzo de 2022. Camerún.
El día ha comenzado temprano porque no sabía siquiera a qué hora salía el bus. Tampoco cuánto duraba el trayecto, quién me iba a recoger a mi llegada a Bafoussam ni dónde iba a dormir esta noche. Desde el final del día puedo decir que todo ha salido bien. El bus, lejos de estar programado para una hora concreta, sale cuando se llena. Lo leí en un libro sobre África y me ha gustado ver que es cierto. Sin sitio para poner la mochila bajo mis pies, he viajado encajado entre dos negros despatarrados. Hombro con hombro y pierna con pierna a cada lado, y con la mochila encima. El trayecto, de siete horas, ha ido bien, y el hombre de mi derecha ha resultado ser muy simpático. Digo que el trayecto ha ido bien hasta que, a media hora de llegar, el bus se ha averiado y nos hemos quedado tirados en la carretera. Haciendo autoestop con el compañero de la derecha, así hemos llegado a Bafoussam.
Allí me esperaba Ismael, primo de Junior, de Bapi, el pueblo de su madre. En moto, por caminos de tierra y polvo en un paisaje árido por ser la estación seca (todo se vuelve verde vibrante en la de lluvias, que está a punto de empezar), hemos llegado al pueblo. Un poblado extenso con casas separadas, cada una con su huerto, en la ladera de una colina en medio de un paisaje montañoso. No se oía un sólo ruido aparte de las voces de las mujeres y los sonidos de las gallinas.
Me han recibido con una alegría que no esperaba, sobre todo por parte de la abuela de Junior, maman Anne, que estaba especialmente contenta. Un niño, que no sé si habrá visto un blanco en su vida, parecía aterrorizado por mi presencia y se escondía detrás de su madre. Tras muchos abrazos a muchas personas, he hecho compañía a maman Valerie, madre de Junior, mientras cocinaba cuscús de maïs. Un chaval del pueblo llamado Junior me ha llevado a conocer la aldea y hemos subido a lo alto de la colina en la que se asienta.
Después de comer el cuscús de maïs, he vuelto a Bafoussam con Valerie e Ismael, en moto, los tres apretados, por los mismos caminos de tierra. En Bafoussam he conocido a las tres hermanas de Junior, hijas de su madre, e Ismael me ha traído al hotel donde me voy a alojar estas tres noches.
5 de marzo de 2022. Camerún.
Preparado! Me voy al oeste. Qué bonito suena así. Aquí es como en ébano de Kapuscinski. El bus saldrá cuando se llene .
4 de marzo de 2022. Camerún.
He aprovechado esta tarde para hacer algo que tenía pendiente. Miguel tenía que quedarse en casa, así que he cogido una moto (les estoy cogiendo gusto) en dirección a la colina de Mvolié, zona en la que se encuentra el centro de las Hermanas Hospitalarias de Yaoundé. Sobre su localización no tenía más información, así que encontrar el hospital ha sido una pequeña aventura. Me ha gustado la sensación de pasear solo, buscando, preguntando, por las calles de la ciudad. Tratando de encontrar el lugar he dado a parar con un lugar bien bonito. Se oían cantos dentro de una capilla con forma de cono, y he terminado, sin querer, en medio del rezo del Vía Crucis. Yo no encontraba el momento de salir de allí sin ser violento: me habían dado un libro de oración y de cantos y parecía que ya contaban conmigo para quedarme. En una pausa, he preguntado al hombre que tenía al lado si conocía el hospital Benoît Menni. Total que ese hombre ha resultado ser el Padre Hervé, el cura encargado del centro de las Hermanas. Desde allí arriba me ha señalado dónde se encontraba el hospital, que se veía entre unos árboles, y me ha indicado cómo llegar hasta allí. El camino pasaba por unas calles tranquilas con vegetación a los lados. A un lado de la carretera, unos niños buscaban cosas en la basura. Las hermanas me han recibido con mucha generosidad. Me han dado plátanos que cultivaban ellas mismas y agua fresca. Les ha hecho ilusión saber que mi madre y mi tía trabajan en el Padre Menni de Pamplona. El hospital es un lugar realmente bonito, tranquilo y verde. Les apenaba que no les hubiera visitado por la mañana, mientras ellas trabajan, para conocer a los pacientes, en su mayoría enfermos mentales rescatados de las calles. Yo estaba de acuerdo, así que he quedado con una de ellas que vendrá a recogerme el miércoles por la mañana y así pasar un rato con ellas y con los pacientes.
A la vuelta, un grupo de chavales entre los cuales he tenido que pasar me gritaban blanco, preguntándome si tenía dinero. Yo, sonriendo y hacia adelante. Lo de los gritos de blanco es normal, se oyen por todos los lados al pasar, pero estando solo y al atardecer la situación me ha dado algo de respeto. Al llegar a una carretera principal, otra moto y a casa. Me siento muy satisfecho con la tarde.
3 de marzo de 2022. Camerún.
Sin palabras. Estoy emocionado. No sé si es por la cerveza de Camerún, que se vende en botellas de 65cl, o por la compañía de Félicité, prima de Junior, que nos ha acogido con todo su amor. O una mezcla de las dos. Hoy hemos cenado con ella y con su hija Bibiane, en su casa. Pescado de Kribi, lugar con las playas más bellas de Camerún, con salsa de cacahuetes, que nos ha cocinado Félicité. Una delicia. Hoy ha vuelto a llover y eso ha provocado problemas de suministro eléctrico así que la primera parte de la velada ha sido a oscuras, incluido el cocinar. Ha sido una cena fantástica, Félicité es una de esas personas que dan luz. La conversación genial, la comida deliciosa, la compañía reconfortante, la estancia muy bonita, adornada entera con ornamentos tradicionales africanos tallados en ébano. Espectacular. Nuevamente, familia de Junior, desbordando amor. Ahora estamos volviendo a casa en el taxi, y he aprovechado para escribir estas palabras.
2 de marzo de 2022. Camerún.
Hoy ha sido uno de los días más especiales en Camerún.
En este miércoles de ceniza, por invitación de Emilio, cura en el colegio St. Joseph (el de los niños) he asistido a una misa africana. Muy austera, muy sencilla, como más me gustan. He llegado pronto así que me han pedido ayuda para montar los bártulos y luego la misa ha empezado. La monja cantaba, los niños (casi dos mil) le hacían coro, de pie, en este patio naranja. En el momento de poner la ceniza en la frente… digamos que ha sido complicado mantener la calma y los niños, cientos de ellos, han empezado a correr por el patio y a escaparse de sus profesores, lo cual ha aumentado considerablemente la duración de la celebración.
El acontecimiento de los abrazos de decenas de niños se ha repetido varias veces. He conocido a una niña llamada Milo y a un niño que decía llamarse «Boom», con algún tipo de problema mental. No querían soltarme y me acariciaban las manos y el pelo diciendo que eran suaves y ha sido un momento muy bonito.
Después de ir a casa y lavarme a conciencia manos y pelo (estaban llenas de tierra), Chris, prima-hermana de Junior, ha venido a buscarme para visitar a su familia en el barrio de Ahala. Los taxis no paraban y la ciudad estaba llena de atascos así que hemos cogido una moto. Muy, muy divertido. Ahala es un barrio apartado y verde y me ha resultado muy agradable. Pero todavía más agradable ha sido el ambiente de la casa de maman Colette, tía de Junior. Hogar donde él vivió sus primeros años en Yaoundé. Lo he visto como un verdadero hogar. La casa era grande y acogedora, bien construída, y la familia llena de amor. Me han dado a beber el mejor zumo de piña que he probado nunca (lo hacen ellas). Me ha encantado ver el cariño que daba la abuela Colette a su nieto pequeño, Raphaël, con quien he entablado amistad. He estado verdaderamente a gusto, casi emocionado. Con Colette, Chris, Grâce, el pequeño Raphaël y las pequeñas Divine, Thérese y Ange. Me encantará volver.
1 de marzo de 2022. Camerún.
Cuando he llegado a la conclusión de que el dolor de tripa es un efecto secundario de la medicación para la malaria he decidido ir a por todas y probar las brochetas de carne en un sitio popular en Yaoundé. Se llama 50-50 (cinquent-cinquent). Es una calle en el barrio musulmán donde se cocina carne a la brasa y se vende a 50 francos (7 céntimos) la brocheta. De ahí el nombre del lugar. Se compran a decenas, y comes una, y luego otra, y luego pides más, como si fueran pipas. Estaban muy ricas. La foto da testimonio de ello. El barrio, como la mayor parte de los lugares en la ciudad, es muy caótico. Cientos de personas caminando y vendiendo cosas en la calle, todo muy desordenado y sucio, sin normas de tráfico, ruido, pitidos. Puede que por lo chocante y diferente que resulta, hay un cierto encanto en pasear por estos lugares. Como una pequeña adrenalina. Me gusta mucho. Luego me he enterado de que debía ser uno de los barrios más peligrosos de Yaoundé, pero caminábamos escoltados por Romuald, amigo de Junior, y un amigo de Romuald que se llama Kasimir. Me hubiera encantado sacar fotos de los musulmanes vestidos con ropas tradicionales y las mujeres con vestidos y velos coloridos, pero me han dicho que mejor no lo hiciera. Los hombres estaban sentados en las puertas de sus casas y sus establecimientos, descalzos, limpiándose los pies. Las mujeres paseaban con sus hijas, seguramente haciendo recados. Siendo distinto incluso dentro de Yaoundé, el barrio me ha resultado todavía más asombroso.
27 de febrero de 2022. Camerún.
Se cierra una semana desde que salí de Pamplona y parece que ha pasado una eternidad. Hoy hemos visitado Ebogo, un parque natural patrimonio de la UNESCO. Una auténtica maravilla. En las fotos no se aprecia la anchura del río ni la altura de los árboles. Después de regatear el precio, hemos recorrido, en canoa, el camino que nos separaba río arriba del árbol más grande y antiguo conocido en Camerún. Con sus ocho metros de diámetro, el árbol nació cuando el Imperio Romano todavía dominaba el mundo conocido. Más de mil seiscientos años de antigüedad. En el río sólo se oía el suave chapoteo del remo y de la canoa contra el agua tranquila y los sonidos de pájaros e insectos en el bosque. Soplaba una brisa que olía a tarde de verano. Paz absoluta. Al volver, unos niños jugaban bañándose en el río. Con los árboles al fondo y sin edificios que delataran nuestra era, creo que la misma imagen podría haber sido de hace mil años. En el embarcadero, mujeres y niños lavaban la ropa a mano. Vuelta a casa por más caminos de tierra roja.
26 de febrero de 2022. Camerún.
Hoy he conocido el bosque de Camerún. A las 5:45 de la mañana nos hemos levantado para comenzar la aventura. Con un grupo de montañeros liderado por Félicité, prima de Junior, hemos paseado por la selva de Irati… digo… hemos ascendido el Mont Loua, al norte de Yaoundé. Primero por carreteras asfaltadas y luego por caminos de tierra que cortaban el bosque, hemos llegado a un pequeño poblado cuyo nombre desconozco. En la aldea, una niña sacaba agua de un pozo y la transportaba en la cabeza. El camino se abría paso entre la maleza y pasaba junto a chozas de barro. Algunos niños trabajaban llevando sacos por los caminos. La vegetación era muy espesa y el calor y la humedad complicaban el paseo. Entre los arbustos y cacaoteros, de repente, se levantaban árboles de troncos magníficos. Muy grandes. ¿Me ves en la foto? A la vuelta, hemos parado en un pueblo a comer carne a la brasa. El grupo era muy internacional: indios, italianos, irlandeses, cameruneses, franceses, alemanes, un egipcio. Muchas muy buenas personas. He disfrutado mucho de su compañía y de la belleza de la naturaleza.
A todo esto… La cena de ayer sí me sentó mal. Pero no he podido evitar probar la carne típica. Y comer mucha de ella. Noto las consecuencias.
25 de febrero de 2022. Camerún.
Ya estoy en destino. Ahora puedo escribir. Después de un primer día adaptándome. Hoy ha sido un día tranquilo. Por la mañana hemos enseñado a los chavales a hacer el cubo de rubiks y después nos hemos animado con un par de entrenamientos de baloncesto. A la vuelta a casa he sacado unas de fotos de la ciudad, para recordarla. Hoy ha hecho calor. La tarde la he pasado leyendo tranquilo en el jardín de mi casa, con una tarde y una luz espectaculares. El atardecer ha sido maravilloso pero no tenía el móvil para sacar fotos. El sol rojo y grande como una bola y las montañas al fondo a contraluz. Después hemos ido a casa de Jean Michel, un profesor del colegio, en el barrio de Bonass. 10 metros cuadrados y mucho calor y humedad. Ayuda a ver la suerte que tenemos. Nos ha invitado a cenar (cena para 3 por 600 francos, es decir, menos de un euro) en un establecimiento típico: un banco de madera cubierto por una tela vieja, con el cocinero con sus bártulos en la calle. Me encanta. Nuevamente sin fotos: no llevaba ni móvil ni cartera, para minimizar riesgos. La cena muy rica: beignets y alubias y una especie de puré de no sé qué con leche en polvo. Por si acaso ya me he tomado el Fortasec.